Kami Velvet no es un nombre: es un signo que se desplaza. Nacido en 2009, el proyecto se compone de autorretratos que no son del yo, sino del simulacro del yo —una tentativa de huir del ser mediante su exposición. Entre lo análogo y lo digital, entre el diario y la fabulación, se inscribe un deseo: deshacer la identidad, disolver la figura en la imagen.

Aquí, la fotografía no testimonia; más bien, se interroga. ¿Qué queda del sujeto cuando este se vuelve su propio doble? ¿Qué resta cuando el rostro se convierte en superficie?

Kami Velvet no busca mostrarse, sino desvanecerse. No hay verdad, solo apariciones.